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23/11/12

"Topología de una página en blanco" de Alejandro Céspedes. Un viaje hacia la lucidez


      


Topología de una página en blanco constituye una ruptura con toda la obra anterior de Alejandro Céspedes. Rompe con la retórica, con la métrica, con los temas, con la tradición en la que estuvo instalado el autor y, sobre todo, se observa el definitivo abandono de la utilización de un yo confesional como vehículo para el texto poético que ya había comenzado en sus dos títulos anteriores.
Si en Los círculos concéntricos la voz del yo aparece trascendida, prestada a un personaje femenino, y en Flores en la cuneta se diluye hasta desaparecer en un conjunto coral y amoral que prescinde del sujeto poético y ahonda en su objetividad, en Topología de una página en blanco “el sujeto no importa” porque “todo permanece inconcluso entre el sujeto que actúa de sujeto y el personaje que actúa de testigo”.
Y es cierto; en este libro se configura un texto en donde la ausencia del sujeto es asfixiante. Estamos ante un libro sin acción. Incluso cuando se utiliza la primera o la segunda persona del verbo no se tiene la certeza de quién o a quién se habla. A veces, como en el poema de la página 57, creador y recreador (usando los términos de Céspedes) no se distinguen. El lector, necesariamente convertido en coautor, ha sido succionado hacia la página: “unos ojos enhebran su hilo por el hueco de tus ojos / minuciosas puntadas confunden las costuras / las aprietan / con ese microscopio verifican / que la distancia que hay entre los dos / no tiene límites / ya ven / lo que tú ves” para terminar con estas desasosegantes frases: “¿qué será ser tú? ¿qué será no ser tú?
Céspedes nos muestra la existencia de un “yo” absolutamente impersonal y diluido que encuentra su forma en un “tú” al que de inmediato vuelve a hacer dudar de su existencia porque en ese instante ya ha sido transformado de nuevo en primera persona. Esta reversibilidad que convierte al lector en autor o que iguala e identifica a ambos sobre el espacio de la página es, tal vez, el principal mérito del libro. El texto de la página 69 nos cuenta asombrosamente de qué forma se produce este acontecimiento: “nos cruzamos, sabemos de repente que en ninguno de los dos quedan orillas”. Otras veces es el mismo espacio/página quien habla, no tanto como sujeto ―que también― sino como manifestación de una presencia inevitable. La virtud de Céspedes es no hablar de la página (eso sería muy fácil) sino hacer que la página sea quien demuestre su existencia.
El autor nos anuncia en un breve texto preliminar que el libro reflexiona sobre los tres elementos esenciales de todo hecho literario: el espacio, el sujeto y el testigo. Y los trata no como partes divididas, sino completamente interdependientes entre sí, interrelacionadas constantemente mediante términos e ideas que funcionan como los enlaces de la red y hacen que el lector pueda moverse en todas direcciones; no sólo hacia atrás o hacia delante, sino hacia abismos o cúspides donde “aúlla su propio desamparo”. Cada uno de esos tres planos (página/soporte, autor y recreador) funciona simultánea y sucesivamente como espacio (espacio topológico) en donde los otros dos se desarrollan como materia reflexiva. Estos tres territorios de conocimiento y reflexión se suceden en el libro en ese mismo orden: primero, aquello que tiene que ver con el soporte; a continuación, lo que tiene que ver con el sujeto y la creación del texto mismo; y, por último, lo que hace al lector más radicalmente consciente de su papel en el poema. Pero ―como hemos dicho― mediante textos interconectados a través de modos de conciencia que se mueven hacia múltiples direcciones.
Porque en Topología de una página en blanco la palabra poética, despojada de todo artificio retórico, se pronuncia como pensamiento en torno a las propias posibilidades y límites de representación. El autor investiga intensa y extensamente las posibilidades de un lenguaje vivo, mutante, a través de un complejo entramado conceptual y simbólico que posee la virtud de ser y producir pensamiento en el acto de creación. Si en algún libro se cumple la máxima expresada por Vicente Huidobro “Cuanto miren los ojos creado sea”, ése es Topología de una página en blanco, porque de los múltiples niveles de lectura que coexisten en este libro singularísimo el más llamativo es el que ofrece al lector la capacidad de participar de manera activa e inédita en la construcción del texto.
Esto acontece en el espacio simbólico de esa página en blanco, “donde todo lo imaginado converge conecta continúa”. El poema se presenta bajo la forma de lo súbitamente inédito en cada nueva lectura e interpela al lector de un modo sorprendente e infrecuente. El poema posee la cualidad de convocarle, de abrir espacios para que éste pueda acceder y habitar el texto, y lo hace apelando e interrogando a su subjetividad. Topología de una página en blanco reclama en el lector la consciencia inequívoca de su propia presencia transitando por el texto. El autor cede su propia capacidad creadora, que se consumará en la mirada del lector: “y de todo tu cuerpo sólo quiere los ojos / para entrar / para verse.” Esa mirada no será una, sino que el texto se manifestará diferente en cada lectura. Su incesante renovación en diversos niveles perceptivos será proporcional al vínculo que el creador ha establecido entre el lector y el texto.
Durante la lectura y, en especial, después de cerrar el libro, el lector podrá asegurar que el poema le ha transfigurado. Será alguien revelado a sí mismo, alguien a quien el texto ha permitido explorar un amplio repertorio de emociones que le impulsará, necesariamente, a crear. No comprende, quizás, en un primer momento, que el poeta le ha invitado a correr el riesgo de ser un pensamiento que busca su propia revelación en el transcurso mismo de la lectura. El texto, por lo tanto, le ha restituido (en su sentido aristotélico) el ser: un ser “en acto”, aunque plenamente consciente de su propio vacío.
En medio de esta compleja profundidad simbólica y conceptual, el poema, como una “frase sin sujeto, se mueve en el espacio de la pérdida”; en ese espacio abierto, en ese vacío, el autor invita al lector a “reformular la ecuación de los regresos” eliminando palabras: “quédate con los versos mutilado / y por esa ventana que has abierto / accede”, porque sólo “en lo in omp eto podemos encontrarnos / lo que falta nos nombra”, versos que nos remiten a lo esencialmente indiscernible, puesto que lo fundamental no es conocer, sino volver a desconocer. Es entonces cuando se vislumbra lo inaccesible, lo que carece de forma y fondo, pero cuya realidad emerge de manera contundente, de modo que es lo indecible lo que se presenta como lo más insinuante y revelador.
Topología de una página en blanco representa un quiebro estético de gran altura que rompe con muchos de los estándares de la poesía española no sólo contemporánea, sino de siempre, e incorpora un reto formal cuya propuesta se halla mucho más allá del encuentro armónico con la palabra dicha; está, por el contrario, inmersa en la hipótesis del feliz encuentro con la palabra por decir. Ésta es su competencia, pero —como lectores— exige que sea también la nuestra. Llevando hasta el extremo las palabras de Ángel González, “la poesía no admite lectores complacientes”, Céspedes pide más: “te exijo tener fe a ti que ya no crees”.
En esta comunión que el poeta reclama al lector éste tiene que desaparecer, desprenderse de lo que se supone es su papel para hacerse él mismo un poeta con el texto; de ahí lo inabarcable de un libro que siempre está en permanente concreción: “un ojo será una entrada...”; y lo inacabable de un libro porque no tiene fondo. Es el propio lector ―en función su propia capacidad y voluntad― quien dispone el último sustrato. El autor va dándole las llaves para seguir descendiendo, para abrir cada nuevo texto ―textos que a veces usa únicamente como recordatorio de lo dicho (“en cada nuevo estrato surgen...”)― para que no se olvide cuál es el papel de su lector.
Topología de una página en blanco es más que una poética, es una autopsia de cómo se producen las ideas poéticas, y digo autopsia sabiendo lo inapropiado de este término porque pocos textos hay más permanentemente vivos que este libro. Ello es así porque describe una “topografía” del territorio de la idea y de cómo ésta intenta cimentarse en la palabra. Y, sin embargo, también es más que eso porque el autor nos advierte de continuo que la palabra “no funciona como material de construcción estable”. El libro se construye como un pavimento de losas movedizas, como un puzzle que va cambiando a medida que se pisa para que no pueda darse ninguna condición de certeza. O sí: la de que la única certeza a la que podemos abrazarnos es la permanente incertidumbre. Y todo ello haciendo poesía mientras se reflexiona sobre su esencia.
Topología exige tal nivel de implicación en el lector que acaso el mayor aspecto negativo de este libro sea, utilizando la antigua calificación de las películas, que “no es apto para todos lo públicos”.
Topología de una página en blanco es un viaje hacia la lucidez; es “leer sin gafas / sin aletas sin oxígeno / hasta que se acaba el aire / y quien lee se da cuenta de que se le ha olvidado / en qué dirección está la superficie”. Lucidez que, como bien nos advierte el propio autor, es “un lugar del que jamás se vuelve”. Le faltó añadir indemne.
Tal vez por esa razón, como otro juego simbólico más o como un guiño a la virtualidad del eBook, haya querido el autor dejar grabadas sus huellas dactilares en las páginas 53 y 54 de todos los ejemplares de esta edición en papel.

Alcañiz (Teruel), noviembre de 2012

1 comentario:

Manuel Martínez Forega dijo...

A las virtudes del libro se une la de esta exégesis.
¿Quién no leerá esa "Topología" ahora conducido por el hermoso candil de Inés Ramón. Sus palabras brillan e iluminan.
Felicidades.