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12/5/14

PRÓLOGO DE FERNANDO PALACIOS LEÓN.



Desnudar el signo

Toda palabra es signo porque nombra. Para Inés Ramón la palabra es signo, sí, pero la concepción de ese signo encierra consigo su propio espacio, una relación carnal e íntima con la materia, la distancia y la ausencia de ser y de sentirse, el silencio, el designio y la duda. El poema evoca entonces no sólo lo que significan las palabras, sino aquello cuanto no son capaces de decir, su límite, su dualidad inherente: El silencio / que se había emboscado detrás de cada signo / no sabrá responder / y su gesto de asombro tratará de lamer las dos orillas. //
La poesía de Inés Ramón defiende la desnudez de las palabras, de su signo, como si el poema fuese capaz de darles vida propia, como si, durante ese espacio que evocan, las palabras se existieran en lo que nombran rescatadas en la escritura. La personificación no es, por lo tanto, un triste y repetido malabarismo retórico, un recurso que busque la originalidad insustancial, sino que se asiste a la propia desnudez del signo, a la propia desnudez de la palabra nombrada, neonata: El crepúsculo desata sus fieras sucesivas [...] Cientos de pezuñas resucitarán un canto / bajo la redondez magnífica del aire. / Y disolverán entre sus huellas / la ajenidad del hombre / y de sus vidas. //
No es extraño, por tanto, que el silencio sea el centro de la poesía de Inés Ramón. La concepción material del poema como lugar requiere la profundidad de la reflexión; el poema es instante, revelación. Quizá sea en las formas verbales, personales e impersonales, donde resida la auténtica mirada de la poeta, acaso su intención expresiva más humana, la angustia mortal, la desaparición al fondo de todas las acciones: el pasado como doloroso presente, el infinitivo que detiene al tiempo, el presente como descriptor o venganza, el gerundio como conclusión, el futuro como negación: No sabrá del vértigo el abismo. [...] Sólo el impulso abismal cerrará su aliento / alrededor del grito. //
Y si los verbos dejan traslucir la mirada humana de los poemas, las imágenes son el espejo de la reflexión de la autora. Algo tan infrecuente y valioso —por escaso— como encontrar pensamiento en la poesía, es para Inés Ramón una de las claves para afrontar la escritura. Los poemas exigen del lector la capacidad de extraer de las imágenes una lección, una enseñanza natural, un misterio que se manifiesta y que redescubre lo que había de invisible en lo visible, como en el undécimo poema: Y, mientras, / la luna desova su agonía / bajo la nieve. //
Se está, además, ante una escritura que redescubre la naturaleza en todos sus ámbitos,que trata de comprenderse en el lenguaje de sus propios signos, siendo este lenguaje, para la poeta, el verdadero lenguaje universal o posible. Son pocos los poemas que contienen sustantivos artificiales, entendiendo por artificial todo aquello que ha sido creado por la mano del hombre. Y, en caso de aparecer, son objetos volitivos: el espejo, la máscara, el cuchillo. El poema, sin embargo, se vale de los fenómenos naturales, de la mirada humana que todo lo transforma en sí misma. El rocío sobre las telarañas, los sueños truncados: Sobre las telarañas / el rocío. / La perplejidad / se hunde en el error / de haber caído, / de haber creído / que es posible edificar sobre la transparencia. //
Subyace en Hallarse en la caída una inmensa melancolía, mas no una melancolía al uso, sino una melancolía consciente que trata de comprenderse, que se conmueve en sus propias dudas, que se reprocha el no ser capaz de encontrar una salida más allá de la fragmentación, que se extasía en su propio estado inmanente de destrucción: no sabe de la sed / la última gota, como reza el último poema del libro. Terror de haber sido y un futuro terror. Leer a Inés Ramón es encontrar el rastro de nuestra desaparición, descubrir que la palabra posee una naturaleza sensible, ajena y propia a la condición humana y que, quizá, toda la sensibilidad de la que somos capaces resida en la palabra y que es la palabra, que son las palabras, las que viven a través de nosotros y no al contrario.


Fernando José Palacios León

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