Conocí a
Inés hace allá por el año 2002. Ella iba en busca de alguien que le
hablara de sus proyectos literarios. Tenía una inquietud poco frecuente
en estos lugares. Una inquietud que con el tiempo le llevó a emprender
proyectos, talleres, hasta un programa de radio aquí en Alcañiz, donde
entrevistaba a poetas aragoneses y más adelante poetas selectos y muy bien
considerados dentro del panorama literario español.
Poco a poco
se fue abriendo paso como agitadora y dinamizadora cultural, embarcándose y
haciéndonos embarcar en presentaciones, recitales, entrevistas, creando
el ciclo de POESÍA Y MÚSICA, todo fusionado y creado alrededor de una
asociación, llamada POIESIS que tantas satisfacciones nos está generando.
Junto a
ella hemos conocido a autores que nunca creímos que vendrían a recitarnos aquí
y a otros que desconocíamos totalmente que han suscitado y generado una
realidad demasiado presente en nosotros. Hemos logrado aunar el interés poético
de esta tierra seca y nos hemos dado cuenta que no hay mejor proyecto que el de
la ilusión. De ímpetu aragonés y acento argentino-alcañizano, Inés es una
persona fuerte y luchadora a la que tenemos la gran suerte de tener entre
nosotros.
La vida
respira en mapas de papel del color de los huecos
en la
distancia separada por un mar donde flota la memoria
en la
búsqueda por conseguir el signo que nos de forma
de la
verdadera verdad.
Y en este
discurso de jotas disueltas en tangos
en este
boceto de poema, donde los versos son troncos
que las
olas traen a esta orilla
tus manos
vacías sostienen los trozos fragmentados de esa voz
que tiembla
tras nombrar
las grietas
formadas por todas las palabras
donde
habita la luz
la
verdadera luz que nos alumbra.
En su
primer libro, Un esqueleto cóncavo, Inés nos sorprendió con su
especial manera de sopesar el pesimismo, de enraizar en sus metáforas un dolor
oculto que necesitaba en cierta manera y ocultándose en ciertas imágines,
mostrarse.
Poemas
sobre la muerte, la nada, el sinsentido, temas poéticos de especial relevancia
en toda la historia de la literatura, particularmente en la contemporáneo, tal
y como dijo Joaquín Sánchez Vallés en su presentación en Zaragoza.
En este
primer libro, con una voz firme, para nada inicial, nos habla de errores, y nos
concibe a los elementos como materia con voz, hasta acabar con un verso
antológico en que nos dice:
“y creer /
que germinaba la vida / en mi palabra”.
Por lo
general, el poeta (o la poetisa) es una persona inquieta e imaginativa.
Segura de lo que siente pero totalmente insegura a la hora de vivirlo.
Y detalles
como el de la INSEGURIDAD en los poetas se experimentan por ejemplo a la hora
de elegir el título de un libro. Elegir el título de un libro es algo muy
difícil, algo que te acompañará toda la vida y que de alguna manera definirá su
contenido. Y siempre dudamos, y siempre creemos que no es el
idóneo, pero después, al compararlo, nos entra el recelo de estar en lo cierto.
Y digo todo
esto porque Inés, para el presente libro ha elegido el mejor de los títulos que
había podido coger.
Del inicial
GRIETAS pasó a LA ERIZADA TERNURA DE LO EFÍMERO, para estar casi segura en A
PUNTA DE CUCHILLO y dejarse convencer por el sugerente HALLARSE EN LA CAÍDA.
Hay que
aferrarse a la caída para disfrutar de este viaje.
Ya el
título es una declaración de intenciones. Hallarse en la caída.
Hallarse en la caída es encontrarse en lo más hondo que podemos estar, es
descubrir la solución a lo que nos hace sufrir, erradicar la ignorancia que nos
desprende de nuestra verdad.
En Hallarse
en la caída, todo significado se encierra en la palabra, en su piel, en su
gesto, en su instante. Toda palabra encierra tacto, oído, vista, encierra
sabor y olor. Toda palabra encierra sentidos que los hace propios.
Para Inés
Ramón, la palabra se convierte como diría Jesús Jiménez en el asa de las cosas,
en la llave del baúl donde todo existe, donde la palabra es algo con sombra, un
signo que nombra y que genera una relación casi física. Aunque se
arrebate al mundo su nombre, no dejará de ser lo que es.
Inés nos
indica que cada término es un ser y como tal la trata, juega con la percepción
del objeto, del verbo, del adjetivo al que sujeta, con el símbolo preconcebido
para después ofrecernos un paisaje cuyos personajes son la vida que habita cada
palabra.
El interior
de las cosas no es el corazón, es su latido.
Hallarse en
la caída es un libro reflexivo y duro, donde asomarse al vértigo de los
versos te abre una región donde el silencio es la tierra, donde cada
campo es un instante y cada aroma una revelación. Donde la búsqueda es el
guión que da sentido a los días.
Donde la
huida es la grieta que forma un camino donde todo es transparente, donde
la voz de la poeta trata de materializar en palabras lo efímero, de caducarse
en esa tarea dando prioridad a esa labor porque su verdadero ser depende de
ello -todo poeta huye hasta creer encontrarse.
Hallarse en
la caída es un viaje donde se incita una y otra vez al silencio, donde las
piedras se convierten en compañeras de viaje y la oscuridad en un
trayecto. A veces, con una sensación de prisa, de celda y de ahogo,
aferrando, la autora, de una forma consciente y magistral, la idea de una
liberación más grande si cabe llegando desde el pozo a la intemperie.
Es un libro
de otoño buscando la luz de primavera, un muro donde engañar al hueco. La
respiración.
Un viaje
donde el único propósito es huir de la asfixia, de los miedos a la luz de la
vida, es el dibujo de un túnel que en síntesis somos cada uno de nosotros.
La voz del
viaje nos dice que no avanzará nuestra sombra sin rozarnos, que ahogará
sus pasos en regiones donde no se pronunciará jamás el verbo. Todo
es un espejo
en el que
las palabras recogerán nuestros ocasos, nuestros silencios, nuestro abandono,
esa inútil apetencia de existir. Esa herida.
Presentar
un libro no es mostrar, sino vivirlo.
Ya en
el poema XII, Inés nos hace una poética del libro, una declaración de
intenciones donde resume lo que quiere decirnos en su recorrido:
Desnudar.
Quitar
espinas, máscaras, la música,
la
estridencia del pozo, el impulso, la noche
las
metáforas,,,
La
irrevocable anilla, el húmedo animal, los ojos del murmullo,
la oblicua
oscuridad que rasga el faro,
la negación,
la muerte,
el
invisible gesto, el relámpago sobre el agua,
la ausencia
que se oculta en la llegada,
las huellas
de las aspas del molino en el aire.
Volver a
desnudar lo que queda tras el signo.
Así es,
Inés nos propone desnudar el mundo tras el signo que lo señala.
Así mismo,
en el poema XVI nos da el siguiente paso a la confirmación de lo explicado:
XVI
¿Quién
corta tiras de papel impreso?
Lenguajes
desgarrados, huellas que se encuentran inservibles;
reflejos de
un mirar roto.
Y ahí
quedan, balanceándose,
jirones de
una palabra que ya no sabrá recomponerse.
Herida de
palabras, a veces se siente con la boca tapada, un ocaso del que solo alumbra
el silencio, y es precisamente allí, donde construye un universo desde ese
mutismo:
Repleto de
imágenes evocadoras de un universo cada vez con más luz, roza la perfección en
versos como “urdid sobre una rosa/ el simulacro / del perfume”, donde nos
invita a asomarnos a una ventana con vistas a lo que se oculta mostrando su
oquedad.
Nombra lo
que se aleja para dejarlo ir para después coser los párpados a la lágrima donde
todo lo que no fue nos mira en ese
camino angustioso en el que describe la luz como el miedo, temerosa quizás de
que la realidad duele y lo que permite seguir existiendo respira en la
oscuridad.
Para qué,
nos dice Inés, para qué insistir en deshojar el eco de una huella si ya la
máscara se ha vuelto carne, si dentro del espejo se aletarga la misma palabra
infinitamente hueca. Para qué, Inés, para qué insistir, tienes
razón, si la realidad solo tiene de real lo que inventamos.
A lo largo
del libro existe un empleo de verbos en tiempo subjuntivo, en gerundio y
en futuro levantando original forma de guión, tiempos verbales que conforman un
escenario hipotético dentro de una afirmación presente donde gerundio concluye
y el futuro niega.
Límite del
ser y del lenguaje, lo que nombra se diluye allí donde la plenitud es un
cascarón que nos cubre. El silencio es el límite entre el adentro y el
afuera, lo que quedará de todos nosotros cuando no habrá lugar más claro que el
olvido.
Hallarse en
la caída no intenta atrapar la huida dispersa en la noche, sino descubrir su
roce en las pestañas del que lo lee.
Es una
sombra que avanza, clavando su aliento en la espalda, para marcharse
arrastrando harapos sin dejar rastro mientras la lluvia es una ausencia que
acontece bajo la cual, la palma del viento se quedaron dormidos los caminos a
los que no pudimos llegar.
Y para
sintetizar el libro, en un epílogo impresionante, la voz cultiva grietas para
que crezca el miedo como hiedra y compartir, cada uno a su mundo, la vida.
Diré para
acabar, que en tu libro, Inés, en tu libro hay presión y mucha, mucha
reflexión. En tu libro ahondar es prepararse para saber, es mirar la luz,
tu luz, porque donde hubo una flor, aún palpita y redime el olvido de su
fragancia.
Leer tu
libro es ir por una senda que sólo tú podrías haber creado donde haces
partícipe al lector de una huida hacia los adentros de la palabra, hacia la
celebración de atrapar lo invisible entre la soledad,
o como
diría el gran Diego Jesús Jiménez, amiga Inés,
en las
ruinas
queda una
claridad de yeso mordida por la muerte;
caen del
tiempo los copos de una ceniza enferma
y en tus
ojos,
que
celebran lo efímero,
arde la
soledad de toda gloria.
No duden en hacer el viaje que les
propone esta gran poeta.
José Manuel Soriano
Degracia
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